Nacido como Marion Robert Morrison, pero encumbrado a la inmortalidad cinematográfica con el nombre de John Wayne.
El actor de todos los actores, nacio en Winterset, Iowa, en mayo de 1907, no apareció en un filme hasta 1926, según la web especializada IMDB. No era más que un chico anónimo que jugaba al fútbol americano en “Brown of Harvard”. Así figuraría en casi 20 películas más durante los siguientes 4 años, hasta alcanzar su primer protagónico en The Big Trail (Raoul Walsh, 1930). Luego, la industria casi lo convirtió en un vaquero cantante, como sería luego Will Rogers, gracias a filmes como “Riders of Destiny” (1933), “Westward Ho!” (1935), “Lawless Range” (1935) o “Man From Utah” (1934), en los que aparece entonando canciones y hasta tocando guitarra. Sin embargo, no fue hasta 1939 -cuando John Ford le diera el papel protagónico en La diligencia-, que Wayne se convirtió en una estrella por los próximos 40 años. Y aún hoy.
Para evocar su figura, podría ser necesario citar a su personaje, J.B. Book en The Shootist (1976), su testamento cinematográfico: “Su credo era: no soporto injusticias, no soporto insultos, No soporto matones. No me comporto así con la gente y exijo lo mismo de ella.”
Su actuación como el viejo Rooster Cogburn, un veterano de guerra, tuerto y alcohólico, que entabla un entrañable vínculo con una niña de fuerte carácter, había conmovido a la Academia. Ser premiado lo conmovió a él. “Wow! Si hubiera sabido esto me hubiera puesto el parche en el ojo 35 años antes- dijo el actor tras secarse una lágrima y hacer un gesto de evidente emoción ante las risas del público- (…), pero esta noche no me siento muy hábil, muy ingenioso. Me siento muy agradecido, muy humilde y debo dar las gracias a mucha, mucha gente. Quiero dar las gracias a los miembros de la Academia, a todos ustedes que nos están viendo por televisión, gracias por seguirnos con tanto interés en nuestra gloriosa industria. Buenas noches”.
Además de aquella ocasión de 1970, en que lo hizo al recibir el Oscar a Mejor Actor, John Wayne volvería a pararse frente a sus colegas sin poder evitar una lágrima furtiva. Fue la noche de su última aparición pública, en la ceremonia del Oscar de 1979, cuando el cáncer condicionaba ya una vida a la que solo le quedaban tres meses más. “Los Oscar y yo tenemos algo en común- dijo él ese día-. Ambos llegamos a Hollywood en 1928. Los dos estamos algo zarandeados por la vida, pero seguimos aquí y pensamos hacerlo durante bastante tiempo”. En el público podía verse a Warren Beatty, Meryl Streep, Jack Nicholson y Diane Keaton.
Es imposible no sentir que los paisajes presentes en sus filmes eran también parte del alma de Wayne. Era agreste y amplio, luminoso y nocturno, cielo despejado y abismo al mismo tiempo. Es un actor, pero también es una estampa. Una imagen que define un arquetipo estadounidense aún hoy, 40 años después de su muerte.