La actual pandemia del nuevo coronavirus Covid-19 ha supuesto un auténtico descalabro en todos los sentidos: miles de muertos e infectados en todo el mundo, eventos suspendidos o pospuestos, paralización casi total de las actividades económicas, fronteras cerradas, calles vacías y ciudades fantasma.
Quien recorra por estos días varias de las grandes urbes del mundo quizás se sienta parte de alguna película de apocalipsis zombie o tal vez se imagine como fue vivir en los lejanos tiempos de la peste negra.
Lugares como Roma, Madrid, Londres, Nueva York, focos del turismo mundial, y un largo etcétera presentan el mismo panorama: avenidas desoladas, plazas vacías, restaurantes cerrados, tiendas con las santamarías abajo, tráfico reducido al mínimo, templos sin servicios religiosos, supermercados desabastecidos, museos sin visitantes y calles con pocos transeúntes.
¿Dónde están todos? en sus hogares y recogidos con sus familias. Matando el tiempo y cantando en los balcones. Esperando que el intruso microscópico detenga su avance y permita que la normalidad regrese más temprano que tarde. «Yo me quedo en casa» es la máxima consigna en todo el mundo durante estos días.
Lo que si se puede decir por seguro, es que el mundo cambio con este virus.