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El populismo: sus intereses y su origen

Como surgio el populismo, quienes son sus representantes y como es el populismo neoliberal de hoy en dia?

Karina Svendsen por Karina Svendsen
Hace 3 years
en Noticias
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La palabra ‘populismo’ fue creada en la década de 1890 por el Partido del Pueblo de EE.UU., que aspiraba entonces a desafiar al bipartidismo estadounidense. Sus miembros, que se autodenominaron ‘populistas’, expresaban los intereses de granjeros pobres cuestionando el poder del capital financiero e industrial.

Durante la corta historia del partido articularon su concepción del conflicto entre el ‘pueblo’ y la ‘élite’, por lo que fueron acusados por sus oponentes de ser “demócratas falsos”.

El concepto del populismo surgió hace algunos años como definición de un espectro casi no describible de los movimientos a veces diametralmente opuestos. Así, se ha calificado de populistas, entre otros, a seguidores de Donald Trump y Bernie Sanders en EE.UU.; Podemos y Vox en España; Francia Insumisa y Agrupación Nacional en Francia; Syriza y Amanecer Dorado en Grecia.

A pesar de haber sido olvidado durante décadas, el término fue resucitado en EE.UU. en la década de 1950, cuando una gran parte de los intelectuales liberales quedó conmovida por el ascenso del “macartismo” y la “caza de brujas” anticomunista apoyada por millones de estadounidenses.

El historiador Richard Hofstadter revisó la historia del ‘Partido del Pueblo’ para encontrar en ello lo que observaba alrededor de sí mismo: una visión antiintelectualista y maniquea, que oponía, con retórica paranoica, a las masas populares a una pequeña minoría gobernante y conspirativa. La noción fue extendida por el sociólogo Edward Shils, quien definió el populismo como “una ideología de resentimiento popular contra el orden impuesto a la sociedad por una clase dominante diferenciada y establecida desde hace mucho tiempo, que se cree que tiene el monopolio del poder, la propiedad, la crianza y la cultura”.

En las décadas siguientes, las tesis de Hofstadter fueron derribadas, sin embargo, influyeron notablemente —especialmente en Europa— en el discurso público, habiendo concedido una connotación peyorativa del concepto.

Como resultado, los medios pueden caracterizar de ‘populistas’ a los políticos esencialmente centristas y liberales por atreverse a proponer algunas medidas moderadas beneficiosas a amplias capas de la sociedad o empezar, bajo la presión popular, la discusión abierta de sus decisiones.

Dejando de lado las acusaciones mediáticas, se puede apuntar a algunos atributos casi siempre presentes en las características liberales convencionales del populismo.

Según el reciente informe de Timbro, grupo de expertos defensores del libre mercado, que enumera 267 partidos populistas en 33 países desde 1980, los rasgos más importantes del populismo son el rechazo del ‘establishment’, simpatías a la democracia directa en vez de procedimientos del sistema representativo y llamadas al fortalecimiento del Estado.

Desde este punto de vista, admiten los autores, se puede calificar como ‘populistas’ a casi todos los movimientos que se oponen al liberalismo y buscan el apoyo de las masas para resaltar su ideologia o creencia.

Los atributos precisos pueden variar. Por ejemplo, para el profesor de la Universidad de Princeton, Jan-Werner Müller, populismo es una política identitaria exclusivista, es decir, la que se basa en la idea de la lucha de varias identidades de algún tipo (género, nacionalidad, religión etc.). Combina antielitismo y antipluralismo representándose como la voz de todo el pueblo, indica el politólogo: “En pocas palabras, los populistas no dicen: ‘Nosotros somos el 99%’. Lo que implican en cambio es que ‘nosotros somos el 100%'”.

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A su vez, Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, los investigadores probablemente más influyentes del fenómeno, definen el populismo como una “ideología centrada sobre mínimos (‘thin-centered’) que considera a la sociedad separada básicamente en dos campos homogéneos y antagónicos, el ‘pueblo puro’ frente a la ‘élite corrupta’, y que sostiene que la política debe ser la voluntad general del pueblo”.

Los mismos autores confirman que el concepto tiene sentido principalmente en las condiciones de la democracia liberal, es decir, bajo la forma de gobierno que combina procedimientos electorales con la existencia de instituciones estabilizadoras independientes.

En este contexto, no faltan críticos que indican que el intento de presentar todo el panorama de movimientos e ideologías contrapuestos al sistema dominante como una sola entidad es inherentemente tendencioso e imparcial.

Como explica el historiador argentino Ezequiel Adamovsky, el término sirve solo para “desacreditar ciertas ideas o decisiones de política económica heterodoxas, asociando a las personas o gobiernos que las llevan adelante con cosas desagradables, como el nazismo o la xenofobia”.

“‘Populismo’ se ha convertido en un término de combate profundamente ideologizado. Su valor como concepto para entender la realidad, si alguna vez lo tuvo, se ha extinguido”.

Boris Kagarlitski, sociólogo ruso y director del Instituto de Globalización y Movimientos Sociales, corrobora la idea de Adamovsky, apuntando que “desde el punto de vista de los comentaristas liberales, ‘populismo’ es todo lo que no les gusta pero cae bien a la población”.

Sin embargo, hay un número de movimientos que aceptan voluntariamente denominarse ‘populistas’. Sus militantes y los intelectuales que simpatizan con ellos prefieren conservar el concepto, definiéndolo no como ‘una ideología’ sino como ‘una táctica política’.

El fundamento para el entendimiento del populismo como un método político, independiente del contenido ideológico, fue creado por Ernesto Laclau, filósofo argentino de orientación posestructuralista.
La lógica populista, elaborada por él junto con su esposa, Chantal Mouffe, supone la existencia en la sociedad de diferentes antagonismos no siempre relacionados unos con otros. Generan varias demandas sociales que pueden, teóricamente, ser realizadas por separado, pero nunca en su conjunto debido a que de este modo amenazarían la posición de la clase dominante.

A pesar de que algunos autores insisten en la importancia de los factores culturales, —como, por ejemplo, los sociólogos estadounidenses Pippa Norris y Ronald Inglehart que explican la victoria de Trump por el miedo de los hombres blancos heterosexuales a los cambios culturales— la mayoría de los investigadores prefieren buscar causas más sustanciales.

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Así, según el politólogo catalán Vincenç Navarro, el populismo no es un fantasma ideológico oportuno para el centro gobernante, sino un fenómeno real creado por el avance del neoliberalismo.

Los partidos de izquierda tradicionales, socialistas y socialdemócratas, se integraron en este sistema político y socioeconómico, hegemónico desde la década de 1980, promoviendo (o no rechazando efectivamente) las políticas de globalización, inseguridad laboral y austeridad, explica el científico Boris Kagarlitski. Por eso, la molestia de la clase trabajadora está cada vez más canalizándose a partidos de ultraderecha — y también de la emergente nueva izquierda— que responden, de maneras diferentes, a sus demandas.

El neoliberalismo no solo ha frustrado y empobrecido a los trabajadores, sino también ha destruido los viejos lazos sociales, sustituyendo la idea de voluntad de la mayoría por una nueva matriz identitaria compuesta por minorías numerosas pero impotentes, constata el sociólogo. En esas circunstancias, las exigencias objetivas de la clase obrera se presentan, inevitablemente, en formas alteradas y contradictorias, aunque no necesariamente irrealizables.

Etiquetas: interesesneoliberalismoorigenpopulismorepresentantes
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