El Día de los Muertos, una fiesta que combina los rituales católicos y las creencias prehispánicas, se celebra en toda América Latina los primeros dos días de noviembre.
El alcance de la celebración es amplio, y se extiende a comunidades católicas tan lejanas como Filipinas, y toma una forma diferente en cada geografía.
En México, las familias colman los cementerios para adornar tumbas con coloridas flores y veladoras, y también se erigen altares en los hogares para recibir a los muertos en su día.
Tanto mujeres como hombres se untan pintura blanca en la cara, y negra alrededor de los ojos para encarnar a las icónicas “Catrinas” o elegantes calaveras, aunque otros disfraces también se aprecian en medio del sincretismo con la festividad del Halloween, típica en Estados Unidos y con alcance internacional.
Una de las celebraciones más animadas de la región se lleva a cabo en la localidad guatemalteca de Santiago Sacatepéquez, donde la tradición maya se impone. Los lugareños creen que las coloridas cometas que lanzan al cielo ayudan a guiar las almas de sus seres queridos.
Olga Marina Tun Yocute, coronada la reina del festival de este año, se enorgullece de participar en una tradición que se remonta a finales de 1800.
“Los abuelos y las abuelas se comunicaban por medio de los barriletes”, dijo refiriéndose a las cometas, flanqueada por otras dos mujeres jóvenes honradas en el festival, todas vestidas con ropa bordada y tocados elaborados.
Si bien se pueden encontrar familias volando cometas más pequeñas durante todo el día, el festival gira en torno a una serie de gigantescas versiones circulares, adornadas con coloridos diseños locales y rematadas por banderas que ondean en la brisa.
A medida que avanza la tarde, la multitud aplaude y docenas de jóvenes toman sus lugares en la base de las cometas, preparándose para enviarlos al cielo.
“Es una cosa estupenda”, dijo Mónica Paiz, una turista francesa.