La primera pregunta que me hacen cada vez que sale una película de superhéroes es una sola: ¿Está buena? Dicha interrogante de simple respuesta surge porque todos quieren saber si algo tan esperado vale o no la pena. Pero como el cine no puede ser reducido a un análisis binario, en el caso específico de una historia basada en cómics de superhéroes, especialmente cuando hablamos de personajes tan relevantes y con tanto historial en las viñetas como la creación de Stan Lee y Steve Ditko, creo que la primera pregunta que debería hacerse es una completamente diferente. Una que no implica una respuesta de sí y no: ¿La película es una buena adaptación?
Para dar una respuesta al respecto, primero hay que dejar en claro que, en más de una ocasión, los cambios en este tipo de películas son tomados en el fandom como afrentas hacia el canon o reinvenciones que simplemente nunca están a la altura de las aptitudes o potencial de cada personaje a partir de lo que se ha hecho en las viñetas. Sin embargo, aunque algunas expectativas nunca pueden cumplirse por esas mismas exigencias, sí existe un puñado de películas de este tipo que están por sobre el resto precisamente por tomar la esencia de los cómics y hacer una historia propia que tiene una visión sobre qué decir, cómo hacerlo y por qué.
En el caso de Spider-Man, el vecino amistoso había estado más permeado en el universo de Marvel Studios por las exigencias mayores de la historia total, que por su propia historia e independiente del resto del mundo. En ese sentido, su primera película en solitario, Homecoming, funcionaba bastante bien para hacer relucir la fórmula de las cocciones supervisadas por Kevin Feige, explotando la idea de un héroe inexperto. Como inevitablemente tenía el lastre de tener que rendir cuentas a la forma en que fue introducido en Capitán América: Guerra Civil, su desarrollo siempre estaba a la sombra de su relación con Tony Stark.